Paulinho y Neymar, las dos caras del Brasil de Scolari, flamante campeón de la Copa Confederaciones. |
La definición de la Copa Confederaciones dejó flotando en el
ambiente sensaciones dispares entre los finalistas, que lejos de ser decisivas
pueden acabar siendo influyentes en un futuro inmediato, sobre todo de cara al
Mundial del año que viene. Mientras Brasil dio un golpe rotundo
en la mesa y potenció su candidatura con argumentos más allá de lo estrictamente
geográfico, España acabó desconocida después de un prometedor
comienzo de competición y ahora se encuentra obligada a recuperarse de un revés
inesperado, que lo invita, en determinadas situaciones, a buscar alternativas
para esquivar las trampas que le proponen sus rivales, ya conocedores de su
exquisito juego.
Luiz Felipe Scolari, desde su llegada, se
propuso devolverle el instinto de superioridad histórica a un seleccionado que,
desde hace un tiempo, parecía amnésico a la hora de competir. Lo consiguió
asignando una mayor solidez defensiva como base del funcionamiento colectivo con
respecto a etapas anteriores. Con el 2014 a la vuelta de la esquina,
Felipao tomó el atajo en busca de un rendimiento competitivo máximo y
logró recuperar la jerarquía emocional del jugador brasileño. En el campo,
plantó un doble pivote dotado de intensidad y descartó a talentos como
Ronaldinho, el crack que lo llevó a la cima del mundo en el 2002 y que sigue
regalando magia pero que parece transitar a una marcha menos para lo que
pretende el entrenador. Y con el reciente título se presenta
lejana la posibilidad que varíe su guión. La consigna parece estar clara: una
presión alta en campo rival como primer paso y la dupla Neymar-Fred para
finalizar de manera electrizante el trabajo del conjunto.
Evidentemente, un equipo que tiene a Neymar
provoca inevitables pasajes de brillo, sobre todo teniendo en cuenta la madurez
que la estrella le agregó a su habilidad innata en este último tiempo. Pero el
ex del Santos produce un encandilamiento individual, surgido de la luz que
atesora por su talento natural. No obstante, la esencia de este Brasil muestra
su origen a partir del papel que interpretan sus mediocentros, sobre todo
Paulinho, transformado en la revelación del torneo y, como bien relata el periodista Diego Huerta, en una agradable novedad para el
mundo del fútbol. El del Tottenham dispone de una tremenda capacidad para
abarcar espacios y una notable facilidad para llegar a posiciones de gol. Él es
quien indica cuándo presionar y de qué manera hacerlo. Como bien describió el
prestigioso colega Axel Torres antes de la final, es un Brasil más de Paulinho que de Neymar, al margen de todo lo bueno y
espectacular que aporta el flamante fichaje del FC Barcelona en los metros
finales.
En la noche del Maracaná, una España atormentada fue testigo de
la presión asfixiante que supo llevar a cabo Brasil. No sólo lo superó desde el
minuto 1 al 90 sino que lo redujo a la máxima expresión hasta doblegarlo por
completo. El conjunto de Del Bosque recordó al Barça de final de temporada,
aquel que por momentos deambulaba sin rumbo fijo y daba una enorme sensación de
vulnerabilidad. Este panorama se originó debido al pressing de Brasil,
que obligó a España a practicar su juego de toque a una máxima velocidad y
precisión. Para contrarrestar dicha presión resultaba indispensable que el
nivel rozara la perfección. De lo contrario, se tornaría inevitable caer en el terreno de la
descompensación tras la pérdida del balón, como sucedió en incontables situaciones.
Claro que también existieron otros factores, además del
futbolístico, que derivaron en el categórico 3 a 0: el primer gol al minuto de
juego, el golpe psicológico que significó el segundo tanto justo sobre el final
de la primera parte y el tercero, el del KO, al comienzo del complemento. Pero
esto también juega y, por lo tanto, habla del oportunismo que tuvo el
Scratch para decidir la historia a su favor.
Frente a este escenario, el penal fallado por Sergio Ramos con
el encuentro sentenciado quedó como nota color y la numerosa cantidad de faltas
a las que recurrió Brasil para neutralizar el juego asociado de España acabaron
siendo de carácter decorativo dado el claro dominio que demostraron los locales.
Esto último significó un motivo de indignación para muchos por ver desfavorecido
el espectáculo, pero el árbol no debería tapar el bosque: las “faltas tácticas”
se dieron en un contexto de notorio sometimiento brasileño y no como método para
variar el curso del partido.
En definitiva, España jamás dejó la sensación de poder meterse
en el encuentro y las escasas ocasiones que tuvo se produjeron en su mayoría con
el trámite definido. Más allá de esto, resultaría tan injusto sentenciar desde
afuera a un grupo de jugadores que supo reinar en los últimos cinco años con un estilo inolvidable como también se presenta necesario desde adentro elaborar
una reflexión en busca de variantes que ofrezcan soluciones inmediatas al bajo
rendimiento de piezas clave en la filosofía del equipo.
Por su parte, Brasil celebró un nuevo título pero,
esencialmente, el regreso a la senda de la competitividad, reflejada en la
superioridad de su juego pero también de su estado emocional. Quizás
signifique el punto de partida para volver a ser el que alguna vez fue, aunque
esta vez sea con la otra samba. El Mundial de su país, competición favorita de
la casa, dictará sentencia.
Bien le hizo a Brasil, como vos decís volver "a la senda de la competitividad", sobre todo en este momento que socialmente están pasando por un muy mal momento. Muy buena nota!!
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