"Ser campeón no es una meta, es una actitud", reza la camiseta de los campeones de la Copa del Rey. Un fiel reflejo del sentir del Cholo. |
En mis días como estudiante de Bachiller, en Buenos Aires,
conocí la historia de un adolescente que había egresado unos años antes
en el mismo colegio secundario. Los privilegiados profesores que lo tuvieron
como alumno contaban que el joven había desparramado con la misma proporción
gotas de sudor y de fe en las clases de gimnasia del querido Instituto San
Ambrosio. Mientras cursaba, decían, formaba parte también de las divisiones
inferiores de Vélez Sársfield. Los que lo conocieron de cerca
afirmaban que a esa altura ya estaba preparado para convertirse en futbolista
profesional y que tal afirmación apuntaba a su admirable amor propio y a un inconfundible carácter ganador.
Las previsiones se confirmaron tras el debut en
Primera con apenas 17 años. Al mismo tiempo que sus compañeros de clase todavía
recordaban con nostalgia el viaje de fin de curso, él ya soñaba despierto con llevar un cuchillo entre los dientes por
los pasillos del estadio José Amalfitani.
Su paso por Liniers duraría poco. Casi en un abrir y cerrar de
ojos, cuando los hinchas comenzaban a encariñarse con ese pibe de rulos rebeldes que aportaba dinámica y
sacrificio por la banda derecha, surgió la posibilidad de emigrar a Europa. Se
marchó dejando un saldo de 14 goles en 76 partidos, buen promedio para un
volante de ida y vuelta más asociado a labores defensivas, dato que además
significaría un preludio de las montañas que movería a base de fe durante su
exitosa carrera.
Arribó a la Serie A para vestir la camiseta del Pisa italiano,
hoy en la tercera división del Calcio. Su primera experiencia en el Viejo
Continente se estiró por tres temporadas, donde anotó 6 goles en 62 encuentros.
Luego se mudó a España y recaló en el Sevilla de Bilardo y Maradona, destinatario de todos los flashes. Pero el otro Diego tampoco pasaba desapercibido. Su
rendimiento llevó a que el Atlético de Madrid se fijara en él. En el Calderón
pasó tres años que parecieron una vida entera, la soñada por cualquier jugador
identificado con el club. Su mejor temporada fue la 95/96, la del doblete. Su
capitanía, reflejada en un notorio liderazgo, era indiscutida, al igual que la
consolidación de su faceta de volante-llegador, que abarcaba muchos
metros del campo con una asombrosa capacidad para ver la red. Lo certificaron sus 28 goles en
123 partidos.
En Madrid dejó un recuerdo imborrable antes de
volver a Italia para ganar una UEFA con el Inter en el 98 y una Liga, una Copa,
la Supercopa italiana y la Supercopa de Europa con la Lazio entre el 99 y el 00.
Al mismo tiempo que jugaba, proyectaba su carrera como entrenador. Sentó las
bases en España y las pulió en Italia, donde aprendió mucho, según sus
palabras, del sueco Sven Göran Erikkson en la Lazio.
Tras ganarlo todo, volvió a su Atleti en 2003, aunque ya con
menos cuerda que antes. Le sirvió para comprobar que el cariño de la gente no
tenía fecha de caducidad. También para acabar jugando de líbero. Sus gestos
ampulosos desde la línea de cal, marca registrada en su carrera,
comenzaron a verse, en sus últimos tiempos de corto, en más de una ocasión junto
a Gregorio Manzano. Estaba pidiendo pista el entrenador que llevaba adentro.
Pero como todo tipo cuyo lema se basa en la fe y la pasión, en la ilusión y las
convicciones, todavía le iba a quedar un escalón más por alcanzar: retirarse en
Racing, el club de sus amores.
Y un día volvió al lugar que siempre había soñado, donde iba
con su viejo Carlos cuando era chico. Regresó con más títulos y mayor experiencia, y con las mismas ganas de siempre. Después de lograr un subcampeonato con la
14 en la espalda, agarró el timón como técnico del club casi sin darse cuenta.
Ni siquiera lo dudó, como síntoma de su manera de ver la vida. Aprobó su primera
aventura vestido de elegante sport y la gente se lo reconoció, a diferencia de la dirigencia, que optó por
Mostaza Merlo para el Clausura 06.
Lejos de sentirse afectado, el alejamiento de Racing significó el
paso previo a su llegada a Estudiantes, donde logró el Apertura de ese año, su primer
título como técnico. Después llegó River, con el cual también se consagró
ganando el Clausura 08. Era su momento: todo lo que tocaba lo convertía en oro.
Pero los
partidos que permaneció en su segundo campeonato en River y su posterior etapa en San
Lorenzo le ofrecieron la otra cara de la moneda: la de la decepción tras dos
pobres campañas. Tuvo que oxigenarse nuevamente en el fútbol italiano para
reinventarse. Su aliado fue el Catania, al cual lo salvó del descenso con la
mejor campaña de la historia del club hasta ese momento. La espina de Racing lo hizo volver, esta
vez en otro contexto. Tras armar un
grupo sólido, el equipo falló en los partidos clave y obtuvo otro segundo puesto con
Lacadé.
Pudo continuar en Avellaneda, aunque su fe volvió a ser
determinante. Un nuevo ofrecimiento llegaba desde la capital española los días
previos a la Navidad del 2011. La misión consistía en hacerse cargo nada menos
que del Atlético de Madrid, de su Atlético. El equipo
estaba inmerso en una profunda crisis institucional, coqueteaba con la zona baja
de la tabla y el vestuario se encontraba hundido y sin reacción. Para muchos,
aceptar el reto era una locura. Para él, la oportunidad que estaba esperando. Se involucró desde el primer día. "No me asusta, me
entusiasma", dijo cuando aterrizó en el aeropuerto de Barajas.
17 meses más tarde, Diego Simeone consiguió lo
que ni el más optimista de los atléticos podía imaginar a su llegada: la
Europa League, la Supercopa de Europa y
la Copa del Rey, esta última lograda hace unos días nada menos
que en el Santiago Bernabéu y frente al Real Madrid, rival al cual no vencía
desde hacía 14 años. "Creímos siempre y ganamos el día que teníamos que
ganar", manifestó durante los festejos de la hazaña que pudo acabar con otro
final pero que se quedó en manos del Atleti ¿merecidamente?. Por supuesto. Conocedor de la
superioridad de su rival, el Cholo seguramente agradeció la dosis de suerte pero incidió en todo lo que estaba a su
alcance: despejó los complejos crónicos, cambió radicalmente la mentalidad de
los jugadores, edificó un bloque para pelear el protagonismo y dominó los momentos
cruciales de la final, aspectos potenciados por el sentido de pertenencia hacia
el club y el poder de convicción que supo transmitir el nuevo rey. El Rey de la fe.
No podías decirlo mejor. Siempre creí que te parecías a él en el tesón y la entrega. Debe ser por eso que le tengo tanto cariño.
ResponderEliminarFelicitaciones!!