La imagen del dedo de Ramón quedará grabada en la historia de los Boca-River. |
No se veían en un superclásico desde aquel Clausura 2002 cuando Rojas decidió cerrar la goleada con una vaselina que
quedaría en la historia. Habían pasado poco más de 10 años. Demasiado tiempo
para todos. Pero estaba escrito que el día llegaría. El reencuentro fue el
primer domingo de mayo de 2013, en otro duelo de más palabras que fútbol. El
reciente cara a cara entre Boca y River
ofreció un nuevo capítulo entre Ramón y el conjunto xeneize.
Esta vez, en una Bombonera dispuesta a escarbar en esa herida que River todavía
no acabó de cicatrizar. Y el riojano, siempre preparado para la réplica, jugó su
partido. Literalmente. Fue el día del dedo. Y de las manos de
Ramón.
En la semana, una de sus manos había previsto el planteo
acertado. El plan consistía en apostar por los ligeritos: decidió sentar a Luna,
más acostumbrado a jugar mirando a Barovero que al arquero rival, y a Mora,
pariente lejano de aquel que tenía la fórmula para hacerle goles a Boca con
facilidad. La intención era clara: aprovechar las dificultades que padece Boca
cuando intenta defenderse 20 metros más arriba que en la etapa de Falcioni. Para
contrarrestar dicha presión, respaldó nuevamente a Rogelio Funes Mori y se
inclinó por la velocidad de Juan Manuel Iturbe. La fórmula de
los pibes tardó 43 segundos en dar resultado gracias a un quiebre inicial del ex
del Porto cuyo primer movimiento pareció intrascendente pero que acabó en la
cabeza de Lanzini tras una gran asistencia de Carlos Sánchez. Era el gol más rápido de la
historia de los superclásicos. Boca se veía en desventaja antes del
minuto de juego y Ledesma, con el récord del Clausura 2007 superado por sólo 6
segundos. A esa altura, el destino parecía teñido de rojo y blanco. Como en los
tiempos del debut de un Saviola adolescente con gol incluido en Jujuy, era todo
de Ramón.
La tendencia fue notándose con el correr de los minutos. Cada
intervención de Iturbe inclinaba la balanza a favor de River, al que le faltaba
más precisión para culminar todo lo positivo que generaba metros más atrás.
Hasta que llegó la jugada del partido: otro centro del
delantero zurdo le cayó a Sánchez, pero el uruguayo no ejecutó de manera
eficaz lo que tenía planeado en su cabeza. Fue el inicio de la resurrección
de Boca.
El conjunto del Virrey vive en un estado de confusión
permanente. La ausencia de Riquelme le impide desplegar su juego a un equipo
diagramado en torno al diez. Por eso Boca necesita de cualquier acción
aislada, incluso alejada del contexto de un partido, para tomarla como
referencia y poder prosperar. Ante la mínima oportunidad, se aferra a ella, como
lo hizo en el gol de Silva, un especialista en sacar petróleo donde nadie lo
ve. Tras un lateral, el otro pelado trianguló con Acosta y Ervitti. El zurdo se
disfrazó de Román para asistir al 9 xeneize, que estampó el 1-1 con un toque a
lo Palermo. Como en los viejos tiempos.
No era una escena nueva para Ramón como DT de River contra Boca: su equipo dominando el trámite y los de Bianchi golpeando sin merecerlo. Quizás por ese motivo
surgió, ya en el complemento, la otra mano de Ramón. No la que tantas veces
saludó con aire triunfal a las tribunas del Monumental, sino la confusa, la
inoportuna, la que bloqueó la vía de ataque más clara de su equipo y desatascó
la del rival: afuera Iturbe, adentro
Mora.
Un rato antes de que La Doce acabara distorsionando la
continuidad del superclásico con su organizado despliegue de fuegos
artificiales, fueron doce los minutos que pasaron entre las dos intervenciones
más relevantes de Ramón en la Bombonera. Una, en el minuto 23 del
complemento, convertida en portada de los diarios del lunes, como era de
suponer, con la foto principal de su dedo índice, que negaba “ser de la
B” tras ser expulsado rigurosamente por Delfino. La otra, una docena de
minutos antes, con la sustitución de Iturbe, carente de explicación por parte del propio
técnico frente a los micrófonos desviando la atención con la misma habilidad que aplicaba en sus épocas con
la 9 en la espalda.
En un fútbol que se alimenta más de lo mediático que del juego en sí, el superclásico del Torneo Final será recordado más por el dedo que por las manos de
Ramón, aquellas que lo llevaron a convertirse en el entrenador más exitoso de
la historia de River y que esta vez dieron en la tecla equivocada.
Buen comentario!!
ResponderEliminarCriterioso análisis de Mariano Neira de un Boca-River devaluado. Pero esperado, por cierto... Por Boca, para reafirmar su trayectoria reciente. Y por River, para reavivar un
ResponderEliminarpasado remoto.
Y, como símbolo del retorno "millonario" a la "A", el dedo de Ramón negando cualquier
vínculo con la "B" y con el descenso sufrido.Por último -y como corolario- la mano del riojano planificando un esquema no excento de audacia.
Nota mayúscula en su análisis para un partido minúsculoen su trámite.
Esperamos su próxima entrega,Neira. Para seguir disfrutando con su visión atinada de
lo que es estee juego único llamado Fútbol...