Tanto el Barcelona como el Málaga tenían por delante el desafío
de superar una dura barrera que podía ser la última y definitiva en la
competición continental más importante. La Liga de Campeones no suele perdonar.
Pudo verse en los respectivos partidos de ida, donde Milán y Porto habían enseñado sus
credenciales y la amenaza ya se había transformado en el primer golpe al
mentón para los equipos españoles. Pero finalmente, catalanes y andaluces se recuperaron con
nota alta y alcanzaron la meta: estar entre los mejores ocho equipos del
continente.
La palabra remontada, ya de por sí,
sonaba ilusionante, aunque el mero hecho de necesitarla evidenciaba que el
primer paso no había sido el correcto. Si urgía apuntarla como prioridad en el
libro de tareas, entonces significaba que algo no iba bien. Era imprescindible
corregir, modificar, cambiar. Todo en noventa minutos, sin margen de
error ante una situación límite.
En el primer turno, apareció el Barça en todo su esplendor. En su caso le bastó con recordar. Recuperó la memoria y las sensaciones ocultas. Volvió a ser. Y lo hizo de la mejor forma posible: desde el minuto uno se reencarnó en el equipo que supo ganarse la
admiración del mundo entero por su inigualable juego, a la vez traducido en los
14 títulos obtenidos a lo largo de 4 temporadas gloriosas. El espíritu del Barça de Guardiola se hizo presente en el Camp Nou.
La perla de Messi antes del minuto 5 fue sólo una
introducción a la larga noche que le esperaba al Milán. Cuando el Barça muestra
síntomas de presión alta y recuperación rápida –esto último sobre todo-, el
rival de turno ya puede empezar a preocuparse. Y si encima Leo concreta goles que parecen imposibles, la preocupación se convierte en pánico. Y así fue.
La clave de la remontada blaugrana nació de la predisposición
del conjunto para llevar a cabo lo que mejor sabe hacer: calidad en la posesión,
recuperación inmediata y vuelta a empezar con el fin de evitar ser el Barça de los atascos y las transiciones. Este combo basado
en su tradicional y extraordinario juego de posición, volvió a mostrar a Xavi
como director de orquesta, a Iniesta flotando entre líneas como siempre y
recuperando en la medular como nunca (segundo gol), a Busquets como símbolo del equilibrio
para barrer y aclarar, a Dani Alves como amo y señor de la banda derecha, a
Villa como actor de reparto hasta convertirse en protagonista principal a base
de goles decisivos, a Mascherano dando cátedra de entereza tras haber estado
a centímetros de convertirse en villano, y a Messi más líder que nunca, menos
todocampista que el último mes y más cercano al Messi del Pep
team, aquel que abría las puertas del área con su zurda y no el que
fabricaba las llaves en zonas retrasadas para que algún compañero golpeara la
madera con el puño.
Con estos ingredientes, el 4 a 0 al Milán será recordado, sobre
todo, como la noche de los rostros poseídos de un Barça al que muchos ya daban
por acabado pero que supo levantarse como los grandes, en el momento justo, para
seguir demostrando que conserva la capacidad de dejar en evidencia a los que se
atreven a dudar de su fuego sagrado.
Talento y personalidad. Isco ya anotó el primer gol de la noche y lo celebra junto a Gámez. |
Veinticuatro horas después de la proeza del Barcelona, el
Málaga no quiso ser menos. Con otras armas, por unas vías mucho menos
espectaculares aunque igual de meritorias y valiosas. Y con el mismo fin: superarse a sí
mismo. Y vaya si lo logró. Comandado por Manuel Pellegrini, un señor entrenador
dentro y fuera del campo, doblegó a un complicado rival como el Porto, que vive
en estado de evolución permanente y desde hace rato se tutea con los grandes de Europa. Un
triunfo elaborado con el indispensable aporte de cada una de las partes al
servicio del todo, tal como sucedió en el Villarreal versión 2006 que dibujó la
mejor temporada de su historia tras eliminar a rivales como el Manchester United y el Inter llegando a disputar, también de la mano del
Ingeniero, unas semifinales de Champions. El espíritu de
aquel Villarreal también estuvo en La Rosaleda.
Después de un arranque expectante, en el que el Porto parecía
mejor parado, el Málaga se fue acomodando en el partido a base de templanza y
lucha para equilibrar el trámite e imponer su juego. En esta faceta fueron determinantes las
actuaciones de Iturra y Toulalán, que rayaron un nivel sobresaliente durante
todo el encuentro. La pareja de mediocentros dio un ejemplo de colocación e
intensidad para abarcar espacios y liberar a Isco de la maraña de piernas que
habitaban por el centro. Así, el primer aviso malaguista llegó con un absurdo
gol anulado a Saviola por una inexistente falta en ataque de Baptista. Acto
seguido, el balón de oro sub-21, que olfateó sangre en su hábitat natural y fue a recibir a espaldas de los medios rivales, hizo justicia con un exquisito remate desde
afuera del área, previo control orientado made in Andrés Iniesta, justo
sobre el final del primer tiempo.
Tras la ventaja, de carácter psicológica, la segunda parte acabó por mermar las chances de los portugueses con la expulsión de Defour. A
partir de ahí, daba la sensación de que si el Málaga se lo creía, podía definirlo.
Pero eligió el camino largo, decisión lógica ya que un gol del Porto
alejaba la clasificación. Y lo cocinó a fuego lento: anulando a Jackson
Martínez, controlando a James, haciendo de las sociedades un culto y pegando como el Barça, en el momento exacto. En
esta ocasión, a través de la cabeza de Roque Santacruz tras un córner.
La euforia del final, tanto en Barcelona como en
Málaga, determinó el trazado de dos noches inolvidables vistas desde distintas
perspectivas. La del Barça, por tratarse de un equipo de una dimensión
inalcanzable que se estaba ahogando en un período de confusión demasiado
extenso de acuerdo a su dinámica habitual. Para su tranquilidad, logró un triunfo
heroico, lo único que le faltaba, y así, potenció sus convicciones. La del
Málaga, en cambio, lo fue por haber conseguido una gesta épica después de verse
hasta no hace mucho tiempo coqueteando con la Segunda División y hasta con la
desaparición. Una victoria para enmarcar.
Sin dudas, el fútbol sorprende y educa cada día. Así como
permite que un equipo, en este caso el Málaga, alcance objetivos impensados con
argumentos destacados, este bendito deporte también enseña que jamás debe darse
por muerto a ningún otro, y menos si se trata de este Barcelona.
Excelente nota. Sos claro y conciso al enumerar lo que acontece en cada partido. Es un gusto leerte.
ResponderEliminarEsperaba ansiosamente una nueva nota en tu columna, por lo agudo y criteriosa forma de ver este hermoso juego llamado fútbol. Y esta vez vino, afortunadamente, por partida doble. Excelente tu ajustada síntesis de lo que fue la memorable y espectacular victoria del Barça.
ResponderEliminarVictoria que constituyó una gran alegría para todos (o no?).
Exacto tu apreciación acerca de Messi, Iniesta y Xavi. Y, como yapa el inesperado triunfo del Málaga. Gran verdad que la conquista revivió el espíritu que Pellegrini implantó en el Villa Real de antaño.
Felicitaciones y espero tu próxima nota.