Falcioni y Riquelme nunca comulgaron la misma filosofía de juego. El final esperado. Foto: a24.com |
Y finalmente no aguantó más. Aquello que el mundo futbolero
preveía desde que Julio Falcioni asumió como director técnico de Boca acabó
consumándose tras la derrota en el Estadio Pacaembú. El alejamiento de Juan
Román Riquelme se transformó en el fiel reflejo de un hombre abatido por las
circunstancias, desgastado por la convivencia. Su “no va más” fue el resultado
de una apuesta del club con todas las fichas en el casillero de la infelicidad. Esta vez,
Boca jugó a la ruleta rusa.
Las opuestas maneras de sentir el fútbol del técnico y el jugador transitaron el peligroso terreno de la desestabilización, pero los resultados siempre acababan tapando las diferencias existentes y evidentes. La “paz” se había instalado tras aquella situación límite post encuentro ante el Zamora pero ya era demasiado tarde: las cartas estaban echadas sobre la mesa. Cuando el camino es forzado, su recorrido hacia la gloria pierde naturalidad y tiende a diluirse. Aún así, las ganas del grupo de lograr algo importante y, fundamentalmente, el aporte de Román casi concretan una odisea que para cualquier otro plantel hubiese resultado imposible en este contexto. El objetivo se esfumó sólo por unas horas, apenas por noventa minutos, pero la falta de autenticidad del proyecto pudo haber frenado la marcha de Boca mucho antes.
Las opuestas maneras de sentir el fútbol del técnico y el jugador transitaron el peligroso terreno de la desestabilización, pero los resultados siempre acababan tapando las diferencias existentes y evidentes. La “paz” se había instalado tras aquella situación límite post encuentro ante el Zamora pero ya era demasiado tarde: las cartas estaban echadas sobre la mesa. Cuando el camino es forzado, su recorrido hacia la gloria pierde naturalidad y tiende a diluirse. Aún así, las ganas del grupo de lograr algo importante y, fundamentalmente, el aporte de Román casi concretan una odisea que para cualquier otro plantel hubiese resultado imposible en este contexto. El objetivo se esfumó sólo por unas horas, apenas por noventa minutos, pero la falta de autenticidad del proyecto pudo haber frenado la marcha de Boca mucho antes.
Que Falcioni nunca quiso a Riquelme era un secreto a voces. Que el diez nunca tuvo química con el entrenador también. El ideal pedía a gritos la
presencia de uno solo, pero la realidad los obligaba a remar hacia la misma
orilla. Con este panorama, confuso si se pretendía obtener un funcionamiento
genuino, las expectativas se convertían en incógnitas. Entonces la clave para
llegar al éxito pasaba por otra cuestión: que cada una de las partes cediera
para no afectar el rendimiento del equipo. Ambos lo consiguieron, dieron el “sí
quiero” en el matrimonio de conveniencia más mediático de los últimos tiempos,
hasta que uno de ellos, el jugador, se quedó sin energías en el peor momento: en
los instantes previos al día más importante de la temporada. El suceso fue tan
inoportuno como previsible.
Tan influyente es la figura de Riquelme en la historia de Boca
que lo bueno se potencia tanto como lo malo. El pobre partido del equipo en
Brasil fue la consecuencia del estado anímico del capitán. Cuando en el fútbol
suceden acontecimientos como los que vivió el plantel en los días previos es
casi inevitable caer en la crónica de una final perdida: el affair Roncaglia, el
caso Cvitanich, la desorganización con las entradas, la escasa información a los
hinchas y el maltrato a la prensa fueron apenas algunos atenuantes que acompañaron la
decisión de Román. En definitiva, idas y vueltas que ayudaron a que el desenlace no fuera el soñado.
La conocida postura de Falcioni de jugar sin enganche siempre se vio relegada por la presencia de Riquelme. Pero el entrenador, lejos de resignar el prestigio que promete calzarse el buzo de DT de Boca, centró su labor en aspectos en los que pudiera tener margen de maniobra. En el plano futbolístico, su mérito radicó, gustos aparte, en armar un bloque sólido, bien
parado, con una alineación que se recitaba de memoria más allá del dibujo táctico y de la poca generosidad de su propuesta. También logró adaptarse al pesado banco xeneize y a una convivencia no deseada para que los sabidos desencuentros no desactivaran el rendimiento de un equipo que ya caminaba solo. Pero no
tuvo en cuenta un tema trascendental: jamás supo valorar en la
intimidad al hombre capaz, por talento y carácter, de hacerle tocar el cielo con
las manos. Todo debido a su inamovible idea y ni siquiera
ante la evidencia del inigualable aporte del capitán. A Julio César no le faltó trabajo en el camino de su objetivo más
tentador, pero le sobró capricho para aceptar a un tipo que demostró disponer del plus necesario para conquistar el torneo más importante de América. Ese mismo tipo que deleitó al mundo cuando coincidió con técnicos que supieron
otorgarle el lugar que necesitaba para sentirse el mejor sin tener que
demostrarlo obligadamente domingo tras domingo.
Si observamos la otra vereda, vemos que el mérito de Riquelme, tan inmenso en la
cancha como hábil frente a los micrófonos, consistió en tomar el timón del juego con toda la
responsabilidad eficazmente administrada por su talento para aplicarla en los
momentos donde aparecen los cracks. Integró un equipo de hombres contrastados y
nombres destacados que siempre dependieron de sus inspiraciones individuales y
colectivas. Lleno de fútbol y con el hambre de un juvenil, pasó por todos los
eslabones que pedía la situación para consagrarse una vez más en su competición
favorita: se sanó, esperó, soportó, volvió, la rompió, asistió, goleó, declaró
lo que quería trasmitir eludiendo la polémica y llevó a
su equipo, dirigiendo la batuta, a otra final de la Copa Libertadores. Lo hizo todo bien menos el
último día. Falló en el paso decisivo, el más importante, apenas unas horas
antes del partido más esperado. El diez, vacío de alma, no aguantó más.
Seguramente, sin pretender este final, priorizó su descontento por encima del
momento y dijo basta. Y el equipo, que giró en torno a su líder en todos los
sentidos, estuvo ausente, desconocido. La Copa había comenzado a despedirse
cuando la cabeza de Román dejó de funcionar. Las diferencias jerárquicas con el
entrenador, avalado por un presidente que en todo momento intentó evitar una medida drástica que perjudicara su imagen, decantaron la batalla a favor de los poderosos al mismo tiempo que Boca perdía al jugador más importante de su historia. A esa altura, también había perdido la guerra.
Cuando los que detectan el poder -a traves de la conduccion institucional y tecnica- priman sobre
ResponderEliminarlos conductores dentro de una cancha, suelen lle
gar las frustraciones.
Aun cuando los exitos parecen no tener un fin inmediato.
Ahora bien... La cuestion seria determinar ¿Por
que los dirigentes (e inclusive el periodismo
mediatico) priorizan a un D.T."tacticista" sobre
un "crack" insustituible?.¿Incapacidad concep-
tual? Intereses politicos?
Por lo que sea, siempre los perjudicados son los
simpatizantes -que "pagan" cada vez mas y "ven"
cada vez menos- y terminan frustrados.
Por eso el futbol es cada vez mas "socker" y
menos "juego" y los talentosos enganches estan en vias de extincion.
Comparto el criterioso y profundo analisis.
Y ojala que la cosa sea a la inversa en el futuro...
Asi el "mas popular de los deportes" volvera a
ser lo que merece en esencia ser.
JHN.