Rogelio Funes Mori, antes de fallar el penal frente a Belgrano. |
La recta final de los Juegos Olímpicos de Londres y el sprint
de salida de otra temporada del fútbol de Argentina se encontraron en un punto
del mapa. ¿En qué podrían asemejarse realidades tan dispares practicadas a tanta
distancia y en un contexto tan diferente? Como en todos los deportes, la cita se
produjo gracias a un componente que todo lo puede: el estado anímico en
los momentos clave.
El partido se moría. Agarró la pelota decidido. No sólo quería empatarlo sino también cerrar definitivamente la página más negra de la historia de River. Era su momento, era el momento, por el pasado reciente, por el presente incierto y por el rival. Pero el desenlace no fue el esperado y, por ende, el final tampoco. Rogelio Funes Mori envió el disparo por encima del travesaño y la desazón se apoderó de todo el Estadio Monumental, excepto de ese puñado de hinchas cordobeses que deliraban con la victoria de Belgrano.
El partido se moría. Agarró la pelota decidido. No sólo quería empatarlo sino también cerrar definitivamente la página más negra de la historia de River. Era su momento, era el momento, por el pasado reciente, por el presente incierto y por el rival. Pero el desenlace no fue el esperado y, por ende, el final tampoco. Rogelio Funes Mori envió el disparo por encima del travesaño y la desazón se apoderó de todo el Estadio Monumental, excepto de ese puñado de hinchas cordobeses que deliraban con la victoria de Belgrano.
Veinticuatro horas antes, en el Cilindro de Avellaneda, sucedió
una situación similar, pero por duplicado. El correntino José Sand, autor de
goles de todos los colores siempre que enfrentó a Racing, esta vez falló hasta
dos penales con la 9 de la Academia en la espalda. Los hinchas locales, entre
invadidos por tanta desdicha y con la bronca por otro suceso inexplicable, no
daban crédito a lo ocurrido.
Dos situaciones angustiantes que estuvieron marcadas por el
mismo patrón: el poder del dominio mental en circunstancias extremas. Un penal
refleja el ejercicio más claro para evaluar la fortaleza anímica de
un futbolista. Para muchos, está relacionado de forma directa con
la suerte, pero significa todo lo contrario: se trata de imponerse
psicológicamente al adversario controlando la circunstancia para lograr plasmar
en la red esa superioridad madurada desde el interior. Para conseguirlo, siempre
es conveniente seleccionar a jugadores de jerarquía que hayan atravesado
experiencias de este calibre. Por ello sorprende que David Trezeguet no haya
tomado la responsabilidad y sí Funes Mori, quien cosecha escasos
minutos en Primera División. Aún así, es saludable recordar que los penales lo
erran sólo los que asumen el reto de lanzarlos. Eso es evidente. En este caso
predominó la confianza del delantero mendocino, pero también, quizás, porque
nunca apareció una voz autorizada que se anticipase a una situación posiblemente
previsible y evitable.
Con Sand ocurrió lo mismo. Pidió el primer penal y lo falló.
Hasta ahí todo dentro de lo normal. El “Pepe” acumula en su lomo innumerables
batallas ganadas desde los doce pasos como para dejar pasar la oportunidad y
privarse de debutar con un gol en su flamante aventura en Avellaneda. Minutos
más tarde, al disponer de una nueva ocasión, no dudó en reaccionar con el
orgullo y amor propio de cualquier futbolista: “Lo pateo otra vez”, probablemente pensó. Audaz, sin dudas. Valiente, también. ¿Pero realmente convencido de
sus posibilidades? Lo ejecutó. Y volvió a pecar. Esa decisión encarnaba su
revancha, el segundo paso de un tren que ofrecía la chance para redimirse. Con
el diario del lunes en la mano, automáticamente surge la pregunta del millón:
¿era necesario que cargue esa pesada mochila en un momento caliente del partido
cuando se perdía mucho más de lo que se ganaba si lo volvía a errar? ¿Tanto
Sand como Funes Mori se sentían con la confianza suficiente como para hacerse
cargo de tamaña responsabilidad o tomaron una decisión más ligada al orgullo personal por no defraudar que a la convicción del momento? Uno puede ser audaz, o dar un paso al frente con una
actitud valiente, y a la vez no dominar mentalmente el momento, es decir, no
sentirse plenamente convencido de sus posibilidades en ese instante.
Tras esta exposición, volcamos la mirada hacia el otro lado del
charco y observamos que unos días antes, a miles de kilómetros, Roger Federer y
Juan Martín Del Potro ofrecieron, en el corazón de Londres, uno de los
espectáculos más intensos y emocionantes que dio la historia del tenis olímpico.
Uno de los deportes que requiere mayor concentración y templanza en los
momentos decisivos. El control de la mente en estado puro. Roger, con una
fortaleza anímica reflejada en su juego inimitable. Delpo, decidido definitivamente a mirar a los ojos al mejor del mundo. Ambos, desde sus lugares,
marcaron el camino a seguir. Cada punto, una batalla psicológica para inclinar
la balanza y quedarse con la gloria. Más de cuatro horas de palo y palo de un
lado a otro con la tensión a flor de piel, y la posibilidad de quedar a tiro de
la medalla dorada. La única que le faltaba al suizo. Por la que nunca había
peleado el argentino. El tercer set, con etiqueta especial en nuestra videoteca,
quedará en la memoria de los aficionados de este deporte para siempre.
En otro escenario londinense, la Selección de básquet de los
Estados Unidos deleitaba al mundo con un recital de triples y canastas propias
de los Glober Trotters en su encuentro frente a Nigeria. El triunfo de mayor
diferencia en la historia de los Juegos: 83 puntos. Bestial. De otro planeta.
Como Michael Phelps en la piscina y Usain Bolt en la pista de atletismo. Todos ellos son graduados con sobresaliente en el arte del manejo de tiempos y momentos para dar la cara sin defraudar en el instante exacto. Por eso ocupan un lugar en el Olimpo de los elegidos.
Evidentemente, no basta sólo con el dominio mental para lograr títulos, pero sin él, seguramente, jamás se alcanzaría el éxito. Ese “saber estar” a la hora indicada y en el momento preciso, al máximo nivel, proporciona la base principal para potenciar el resto de
aptitudes. Sin dudas, Phelps, Bolt, Federer o Kobe Bryant llegaron a ser lo que
son por un talento innato que los acompaña desde la cuna, potenciado además por
sus cualidades físicas y una técnica exquisita, pero todos ellos
conservan también una confianza en sus posibilidades que otros deportistas de
élite no atesoran. Por eso hacen la diferencia. Y esta vez, como
muchas otras, nos aclaran el panorama. Como en la piscina, en la pista de atletismo o en la cancha de tenis.
Muy bueno Marian. Sin dudas la cabeza de los tipos que citás en el último párrafo es tanto o más importante que su talento o destreza física.
ResponderEliminarExcelente artículo. Muy buenos los paralelos entre los protagonistas y los diferentes deportes.
ResponderEliminarFelicitaciones!!
Muy bueno el artículo Mariano. Creo que a esta lista podría sumarse uno de los deportistas mas fuerte de cabeza y es sin dudas, Rafael Nadal. Desde ya, felicitarte por el blog. Un abrazo grande.
ResponderEliminar