Messi al rescate. En una sola acción demostró por qué lo necesitaba el Barça. |
La Champions
League ya conoce a sus semifinalistas: mientras el Real Madrid y el Bayern
Munich pasaron la barrera de los cuartos con autoridad, el Barcelona y el Borussia trazaron entre sí caminos similares en cuanto a las emociones
transitadas.
Los alemanes del Dortmund llegaron a la antesala de Wembley tras doblegar con épica a un Málaga cuyo papel en Europa será difícil de olvidar. Los de Pellegrini, que hicieron los mejores 89 minutos de la temporada teniendo en cuenta el contexto que habitaban, flaquearon en un minuto fatídico siendo eliminados con la crueldad que esconde el fútbol en estas instancias. Paralelamente, los de Vilanova, que potenciaron su fragilidad emocional producto de limitaciones en su juego, revivieron con Messi, el arma letal que aguardaba junto a la línea de cal para intervenir cuando fuera necesario. Lo que el Málaga logró colectivamente a lo largo de su cita, el Barcelona no lo consiguió en la suya. Sin embargo, a los andaluces, en una ráfaga, se les escapó lo esencial, aquello que el argentino, en igual cantidad de tiempo, amarró gracias a la dimensión que atesora.
La ida de París apenas fue el primer capítulo del nivel de
dificultad al que estaba expuesto el Barça en la revancha del Camp Nou. Los
hechos lo confirmaron. Una defensa diezmada y la ausencia inicial de Messi
significaban un hándicap elevado para un equipo que sobrevive en la máxima
competición gracias a un orgullo feroz y que avanza mientras intenta volver
a ser el que alguna vez maravilló al mundo. Hoy en día, pareciera no alcanzarle con
vistas a lo que viene, aunque con Messi todo parece posible.
La Messidependecia, como la
Cristianodependencia, son términos redundantes, por inevitables y
necesarios. Resulta absurdo plantear esta cuestión cuando se trata de los dos
mejores futbolistas del mundo y, por ende, los que más y mejor influyen en el
rendimiento de sus equipos. Tanto el Barça como el Real Madrid no sólo padecen esta dependencia sino que además la buscan. Sería ilógico que, disponiendo de ellos, no intentaran construir un conjunto que gire a su alrededor.
No obstante, el Barça parece haber confundido la Messidependencia con la desnaturalización en su juego. Coincidiendo con el momento en que el timón pasó de manos de Xavi a Messi, los blaugrana comenzaron a transitar una etapa de inestabilidad. Con una sóla decisión, el equipo se vio perjudicado en dos aspectos esenciales: resignó sometimiento al rival desde el control y alejó de su hábitat natural al mejor jugador/definidor del mundo. Así nació el Barça de la bipolaridad, que deambula entre el que erigió Guardiola y el de los atascos y las transiciones, que se asfixia en su propio laberinto por no lograr el dominio total de antaño y recurre al camino más corto, el de la inspiración de su diez. Ambas caras, en este curso, las enseña con llamativa frecuencia, y en gran parte de las ocasiones, la presencia de Messi evita serios dolores de cabeza, como ante los de Ancelotti.
Estamos ante una versión opacada, que funciona más por convicción que por fluidez. Con ello alcanza para seguir luchando por todo, pero el retroceso en el rendimiento es evidente. No es un dato menor que la evolución de Messi en su crecimiento individual haya transcurrido de manera inversamente proporcional a la involución del Barça en su estancamiento colectivo. Más influencia de Leo, menos volumen de juego del equipo. Más participación del astro, menos control de la situación.
El Barça del Camp Nou fue una copia pirata del que se vio en París: más desdibujado, con más dudas, con menos malas intenciones y sin confianza en sus posibilidades. Aquél había mostrado sus dos caras más equitativamente, incluso su rostro más lúcido coincidió con la ausencia de Messi en cancha. Éste Barça, en cambio, se vio con el correr de los minutos paralizado por su propia impotencia. Pedía a gritos a su brújula, que permanecía sentada a unos metros con las uñas gastadas y la mirada perdida, como sus compañeros en el campo. El equipo estaba desorientado y sin indicios de reacción. Era el Barça más terrenal posible: en ataque apenas había creado peligro salvo en contadas intervenciones de un gran Iniesta (en soledad para generar y culminar las jugadas), y en defensa daba sensación de fragilidad cada vez que Pastore y Moura conectaban con Ibrahimovic y Lavezzi. En este apartado, el Pocho demostró cuál es su carencia para convertirse en un delantero de primer nivel mundial: precisión para darle sentido a todo lo que genera diez metros atrás.
Con la desventaja en el marcador y cuando la inercia parecía encaminada hacia la derrota, apareció Messi. El rematador, el todocampista, el falso 9, el extremo, el gestador, el ícono, el genio, el líder. Todos representados en uno sólo, en la acción del gol de Pedro, para darle una vida más al Barça en la Champions.
No obstante, el Barça parece haber confundido la Messidependencia con la desnaturalización en su juego. Coincidiendo con el momento en que el timón pasó de manos de Xavi a Messi, los blaugrana comenzaron a transitar una etapa de inestabilidad. Con una sóla decisión, el equipo se vio perjudicado en dos aspectos esenciales: resignó sometimiento al rival desde el control y alejó de su hábitat natural al mejor jugador/definidor del mundo. Así nació el Barça de la bipolaridad, que deambula entre el que erigió Guardiola y el de los atascos y las transiciones, que se asfixia en su propio laberinto por no lograr el dominio total de antaño y recurre al camino más corto, el de la inspiración de su diez. Ambas caras, en este curso, las enseña con llamativa frecuencia, y en gran parte de las ocasiones, la presencia de Messi evita serios dolores de cabeza, como ante los de Ancelotti.
Estamos ante una versión opacada, que funciona más por convicción que por fluidez. Con ello alcanza para seguir luchando por todo, pero el retroceso en el rendimiento es evidente. No es un dato menor que la evolución de Messi en su crecimiento individual haya transcurrido de manera inversamente proporcional a la involución del Barça en su estancamiento colectivo. Más influencia de Leo, menos volumen de juego del equipo. Más participación del astro, menos control de la situación.
El Barça del Camp Nou fue una copia pirata del que se vio en París: más desdibujado, con más dudas, con menos malas intenciones y sin confianza en sus posibilidades. Aquél había mostrado sus dos caras más equitativamente, incluso su rostro más lúcido coincidió con la ausencia de Messi en cancha. Éste Barça, en cambio, se vio con el correr de los minutos paralizado por su propia impotencia. Pedía a gritos a su brújula, que permanecía sentada a unos metros con las uñas gastadas y la mirada perdida, como sus compañeros en el campo. El equipo estaba desorientado y sin indicios de reacción. Era el Barça más terrenal posible: en ataque apenas había creado peligro salvo en contadas intervenciones de un gran Iniesta (en soledad para generar y culminar las jugadas), y en defensa daba sensación de fragilidad cada vez que Pastore y Moura conectaban con Ibrahimovic y Lavezzi. En este apartado, el Pocho demostró cuál es su carencia para convertirse en un delantero de primer nivel mundial: precisión para darle sentido a todo lo que genera diez metros atrás.
Con la desventaja en el marcador y cuando la inercia parecía encaminada hacia la derrota, apareció Messi. El rematador, el todocampista, el falso 9, el extremo, el gestador, el ícono, el genio, el líder. Todos representados en uno sólo, en la acción del gol de Pedro, para darle una vida más al Barça en la Champions.
El momento fatídico. Santana, en fuera de juego, anotaba el gol que dejaba al Málaga sin semifinales. |
Otro que merece una mención especial, más allá del resultado final, es el Málaga.
Pellegrini lo elevó a los cielos tras alejarlo del coqueteo con el infierno. El Ingeniero, desde el primer día, se puso manos a
la obra y construyó, ladrillo por ladrillo, un equipo con mayúsculas haciendo
gala de su apodo una vez más, al igual que había hecho con su Villarreal en
2006, sorteando rivales de élite como conos y alcanzando un nivel de juego
fantástico.
Tras el 1 a 1 de la ida, el conjunto de Don Manuel se plantó en
el Signal Iduna Park con una autoridad de equipo grande de Europa. A la cita no
faltaron la seguridad de siempre de Willy Caballero, obrador de
dos paradas estratosféricas dignas de un portero de equipo campeón, el toque
diferencial de Isco, que abandonó hace rato el rótulo de
promesa para transformarse en una realidad, la versión más completa de un
Joaquín que ya no es aquel extremo desequilibrante que desbordaba y centraba de manera
majestuosa sino que además se reproduce como
mediapunta y delantero, y todo lo ejecuta de maravilla.
Pero la noche del Málaga se vio reflejada especialmente en la
agridulce labor de Martín Demichelis: el central
argentino rayó un nivel sobresaliente, sobre todo en la primera parte, y lideró
un sistema defensivo brutal impuesto por Pellegrini para abortar las vías del
ataque alemán, que tiene en Götze, Reus y Lewandowski sus picos más altos. Los
malacitanos lograron plasmar la idea ante los pupilos de Jürgen Klopp, quienes combinan una mezcla de calidad y verticalidad que lo convierten en uno de los mejores equipos de Europa (el primer gol, por la definición de Lewandowski y el taco de Reus, es un joya para mirar una y mil veces). Todo iba dentro de lo planeado hasta que el propio Micho cometió un
fallo clave en el minuto 90 que significó el empate a dos y, acto
seguido, colaboró con un defectuoso cabezazo en el 3-2 final, producto
quizás de un precipitado manejo de las emociones. Como le ocurrió a Riquelme en
aquel penal frente al Arsenal en 2006 o al Getafe en aquella Copa UEFA ante el
Bayern en 2008.
En cualquier caso, no alcanzarán los elogios para describir la
temporada europea del Málaga, que estuvo a 60 segundos de colarse entre los
cuatro mejores equipos del continente y se despidió de la máxima competición
ofreciendo una sensación de haber dado mucho más de lo que en un principio se
esperaba. Los de Pellegrini dieron cátedra acerca de cómo un equipo puede rendir
por encima de sus posibilidades transitando un camino del cual sentirse
orgulloso.
En definitiva, estos cuartos de final serán recordados, entre otras cosas, por la dolorosa eliminación del Málaga o por la efervesente clasificación del Burussia
Dortmund, por el
angustiante pase de un Barcelona terrenal o por
su histórica sexta semifinal consecutiva. Pero sobre todo, quedará en la retina como el día que Messi, cuyo físico pedía reposo,
puso cuerpo y alma para resumir en una sola jugada, para la que guardó las pocas fuerzas que tenía, su aporte al equipo, no sólo
en la parte futbolística sino, desde hace tiempo, en cuestiones más amplias, menos visibles e igual de influyentes. Todo esto sin el alta médica pero con su
aura. Sostenido en una pierna pero a la vez en su desbocado espíritu competitivo. Cuesta
creerlo, aunque cada vez cueste menos.
Precisión y claridad, simplemente excelente!!
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