martes, 30 de octubre de 2012

El Superclásico del diván


Walter Ervitti ya conectó el balón a la red. Era el empate agónico.



Uno lo tuvo y lo dejó escapar. El otro jamás logró imponerse pero atrapó un punto. El Superclásico del fútbol argentino entre River y Boca terminó en empate y ofreció un nivel de juego que roza lo mediocre, tal como se preveía por el andar de ambos en este campeonato, aunque los cuatro goles le dieron la cuota de emoción a la tarde que siempre justifica estar pendiente de un espectáculo de este calibre.

El tempranero gol de Ponzio, ayudado por el garrafal error de Orión, trastocó el plan inicial de Falcioni y despejó el de Almeyda. Ante la presencia de dos equipos a los que les cuesta horrores jugar en torno a la pelota, la ventaja le ahorraba al Millonario el incómodo trabajo de tener que encontrar el primer gol. El River de Matías Jesús ya se define desde hace tiempo como un equipo que se siente más equipo cuando se ve arriba en el marcador. Contrariamente, el futuro del Xeneize a partir del 1 a 0 asomaba oscuro, por argumentos futbolísticos y por el flojo presente, aunque en partidos de esta envergadura jamás es aconsejable dar nada por definido antes de tiempo.
Es tan bajo el nivel de este Boca que ni siquiera las lesiones ligamentarias de Ramiro Funes Mori y Aguirre antes del primer cuarto de hora desenfocaron a River de su objetivo de dominar el trámite. Sin un hombre capaz de administrar la posesión del balón, el local ganaba protagonismo con el control territorial de un Ponzio enorme a la hora de ocupar espacios y con un Mora picante, eléctrico, dispuesto a filtrarse por cualquier hueco que ofreciera la defensa visitante, que no eran pocos.
Con este escenario, River fue justificando el resultado a la vez que Boca no lograba incomodar a Barovero. Así, tras una criteriosa maniobra fuera del área de Trezeguet, que inició de espaldas, aguantó y descargó para la incorporación de Carlos Sánchez, llegó el segundo. Después del pase del volante charrúa a las espaldas de Burdisso, su compatriota Mora, la figura de la cancha, culminó con una diagonal seguida de una definición de manual. Golazo para el 2 a 0. Parecía definitivo. Parecía…
Viéndose dos goles por debajo, Boca no mejoró su juego pero dio la sensación de sacarse la presión de tener que buscar el resultado. Perdido por perdido, mostró una tibia pero efectiva intención de aportarle dramatismo a un clásico al que nunca le faltó un tono dramático. En el camino de la búsqueda, enseguida vio una pizca de luz: González Pírez cometió un grosero penal sobre Acosta que Silva cambió por gol. Quedaban 15 minutos y empezaba otra historia.
El cambio de Acosta no se había reflejado en el rendimiento del equipo (apenas un disparo de Somoza y una pirueta inofensiva de Viatri fue todo el acoso de Boca en el segundo tiempo) aunque su sóla presencia amenazaba con llevar a cabo un ataque más ancho y, a la vez, más profundo. Claro que por cada aproximación de los de Falcioni, River se situaba cada vez más cerca de liquidar el partido. A una gran acción individual de Mora (¡otra vez!) le faltó precisión en la definición para dar el golpe definitivo. En esta ocasión, tapó bien Orión.
Hasta que llegó la jugada de la que tanto se habla por estas horas. Minuto 90. El partido roto. Ataque de River por la izquierda y el balón cruzado hacia Trezeguet, que tuvo tiempo de controlarlo. Sin embargo, el franco-argentino, en posición frontal a pocos metros del área, decidió de la misma forma que lo hizo a lo largo de toda su carrera y remató de zurda sin control previo. De primera. Cuando la pelota rebotó en el cuerpo de Colazo, pocos imaginaron que nacería el empate de Boca. Distribuyó Paredes. Elevó Acosta. Ganó Silva. Definió Ervitti. Todo en unos segundos.
Responsabilizar a Trezeguet por no haber aguantado esa última bola o a Almeyda por no haberlo reemplazado sería pecar de falta de sentido analítico. Boca empató porque estuvo lúcido en una jugada puntual, aislada del contexto del partido. No lo mereció, pero en el fútbol los merecimientos a veces cuentan poco. A River le empataron porque no supo cerrar el partido, careció de oficio. Vio más cerca el tercer gol propio que uno de Boca y no detuvo el tiempo.
Más allá del resultado, mediante el cual el equipo de Falcioni salió claramente reforzado, el juego de ambos quedó en deuda. Boca, con un plantel que supo ganar títulos, parece extrañar en demasía a Riquelme, el padre de la elaboración, aunque sacó petróleo en el único partido que el hincha no quiere perder. River, en cambio, parece tener dos caras que presenta semana tras semana según el día de sus intérpretes. En el Monumental, enseñó ambas con la misma desproporción que naturalidad para transitarlas.

1 comentario: