viernes, 14 de septiembre de 2012

La mitad del vaso lleno


Leo Messi seguido de cerca por un jugador peruano. Una postal de lo que fue el partido.



Pasó otra doble fecha de las Eliminatorias sudamericanas y la Selección Argentina que dirige Alejandro Sabella volvió a estar en boca de todo el mundo. El empate frente a Perú en Lima, seguido de la victoria frente a Paraguay en Córdoba, dejó algunos condimentos que invitan al análisis: ¿prevalece el flojo rendimiento del equipo o se rescata el punto obtenido en un estadio difícil aún habiendo jugado por debajo del nivel esperado? Definitivamente, ambas conclusiones son válidas y acertadas. El equipo no dejó buenas sensaciones en su último compromiso, pero en otro momento quizás hubiera perdido. Por eso el punto es positivo y no avergonzante. Es hora de mirar la mitad del vaso lleno. Por la situación y el contexto.

Cuando asumió Sabella, la situación no era la deseada: una preocupante falta de identidad arrastrada tras la etapa de José Pekerman había desencadenado en la cruel eliminación ante Alemania en el Mundial de Sudáfrica. La faena la remató Uruguay un año después en los cuartos de final de la última Copa América disputada en Argentina. Con este escenario, pretender golear en cada partido por el sólo hecho de contar con Messi suena hasta absurdo. Las Eliminatorias están pobladas de dificultades y la historia de la Selección enseña que siempre costaron afrontarlas. Indudablemente, esto también juega a pesar que se haga hincapié sólo en el funcionamiento del equipo.
Seguidamente, sería saludable encontrar, además, una intención en el juego algo más generosa si se tiene en cuenta el nivel de las individualidades con las que cuenta el entrenador. Sin embargo, pareciera que el equipo está formado a la medida de su contexto. Y aquí radica el primer mérito de Sabella: cambiarle la imagen a un seleccionado que no puede ni debe escaparle a las circunstancias que lo rodean. En ese caso, afrontaría un retroceso en la búsqueda de su madurez y podría significar hasta peligroso. El objetivo más cercano de este equipo debe ser lograr el tan anhelado equilibrio, volver al nivel de competitividad de otras épocas y retomar la senda del respeto perdido hace no mucho tiempo. Por estos días, se suceden opiniones correctamente fundamentadas que indican que todo esto se consigue con una identidad definida a partir del buen trato de la pelota ya que Argentina tiene material de sobra para pensar en función del balón y no de los espacios como norma principal. Personalmente coincido, pero no a cualquier precio. Porque también es cierto que existe un hilo muy fino entre priorizar un juego vistoso y acabar desprotegiendo la zona defensiva. Y Sabella, a quien evidentemente le falta un mayor tiempo de trabajo y cuyo margen de maniobra asoma de manera esporádica, léase en los espaciados compromisos de la Selección, lo sabe. El rendimiento en algunos partidos de este ciclo demuestran que el entrenador va por el buen camino desde el momento en que asoma un conjunto por encima de las destacadas individualidades.
A diferencia de los procesos anteriores, Sabella decidió escoger otro camino. Supo rodear efizcamente a Messi y creó un grupo fuerte con el apoyo de sus pilares que potencian el trabajo realizado y mantienen la casa en orden. Establecida esa unión, los inconvenientes por el escaso tiempo de trabajo pasan a un segundo plano. Luego habrá que ver si su flexibilidad para probar diversos esquemas lo empujan a inclinarse por un estilo más acorde al potencial ofensivo que dispone, aunque según su óptica, da la sensación que para eso hace falta más tiempo. Al margen de gustos, es una decisión tomada con sentido común.
Dicho esto, se pueden exponer algunos matices. La pronunciada y a veces polémica preferencia por sus jugadores de confianza, sobre todo los que tuvo en Estudiantes de La Plata, es tan cierta como que el nivel de futbolistas como Marcos Rojo, Federico Fernández, Braña, Garay, Clemente Rodríguez, Campagnaro, Sosa y en menor medida Enzo Pérez y Guiñazú (por la escacez de minutos) continúa entre signos de interrogación para las grandes citas.
Asimismo, la decisión de Sabella, llevada por el gran presente de sus delanteros, de abandonar de a ratos el sistema que más lo seduce, el del "doble cinco", y pasar a jugar con tres atacantes suele coincidir con los partidos de local y de visitante curiosamente a excepción del último, siendo una de las noches que mayores críticas levantó a pesar de apostar por Lio, el Pipa y el Pocho Lavezzi. En este aspecto, se palpa con facilidad que, en los partidos fuera del país, el equipo tiene una peligrosa tendencia a darle la iniciativa al rival. Su tarea pendiente pasa por adueñarse del trámite en todas las canchas.
Por el contrario, el punto más alto a favor del seleccionador es su labor para potenciar a Messi, con todo lo que ello implica. La mejoría del jugador del Barcelona, que levantó notoriamente su nivel con la Albiceleste, no sólo se refleja en los números, donde cosecha 10 goles en los últimos 6 encuentros, sino también en la influencia que adquirió en el campo desde la asunción del técnico.
Todos estos apuntes figuran en el debe y el haber de Sabella, quien seguramente evalúa estas cuestiones. Su manera de pensar y de dialogar invitan a creer en ello. El balance, a día de hoy, le otorga crédito para que los halagos se impongan a las críticas, a pesar de los días como el que tuvo el equipo frente a Perú. Un técnico cuya filosofía se basa en decisiones llenas de lógica merece desarrollar su proyecto con la confianza de todos. No porque sí, sino porque se la ganó en este tiempo. Para ganar el Mundial de Brasil, dulce anhelo de todos los argentinos, primero se necesita clasificar, y por ende, ver la mitad del vaso lleno. O de la Copa, que suena mejor.

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